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Del «Doomscrolling» al «Happyscrolling» como habilidad digital

Dolors Reig Hernández

Psicóloga Social, experta en Cultura digital

Innovación (@dreig), El caparazón www.dreig.eu

Canal en Instagram: https://www.instagram.com/dreig/

Cuadernos de Pedagogía, Nº 549, Sección Artículos, Enero 2024, Cuadernos de Pedagogía

Se denomina doomscrolling la compulsión por las noticias negativas, el no parar de buscar información sobre guerras, pandemias, catástrofes, hasta entrar en un estado mental de ansiedad, estrés y depresión que nos convierte en más violentos. La solución está en focalizarse, cuando sea posible, en el refugio de lo local.

It is called doomscrolling the compulsion for negative news, the non-stop search for information about wars, pandemics, catastrophes, until we enter a state of mind of anxiety, stress and depression that makes us more violent. The solution is to focus, whenever possible, on the refuge of the local.

Doomscrolling. Estrés. Redes Sociales. Desconexión. Bienestar. Local. Bienestar digital. Violencia. Apropiación de Internet
Doomscrolling. Stress. Social networking. Disconnection. Well-Being, local. Digital Well-Being. Violence. Internet apropiation

Vuelven a popularizarse los discursos prohibicionistas sobre los móviles en el aula, de protección de la excesiva exposición digital de nuestros jóvenes, etc. Y no es extraño si consideramos el particular momento negativo que viven Internet y las redes sociales de hoy, con poco que ver con el espíritu de libertad, creatividad, solidaridad y frescura que desprendían en sus inicios.

Uno de los fenómenos que preocupa hoy es el «doomscrolling», el acto de comprobar constantemente las actualizaciones y desplazarse por las redes sociales de forma casi obsesiva en caso de catástrofes y noticias especialmente negativas. ¿Os suena la sensación de no poder salir de la ventana a lo negativo de X-twitter en el caso de la guerra de Ucrania?, ¿del conflicto Israel-Palestina?, ¿de la pandemia?

Se trata, para la psicología, de una manifestación más de la fascinación por la experiencia humana, en este caso por su faceta más perversa. También puede ser un acto «útil» para nuestros cerebros, en el sentido de que la información también puede darnos la sensación de tener el control en momentos en los que sentimos que no lo tenemos. Desde un punto de vista evolutivo, es una forma de recopilar toda la información posible sobre acontecimientos negativos para, en primer lugar, comprobar que estamos a salvo, en segundo, estudiar estrategias de antemano para poder hacer frente al supuesto de que la catástrofe nos afecte y en tercero, de buscar elementos que nos permitan mantener la esperanza.

Sea como sea, el problema es que se trata de una muestra de cómo las redes sociales afectan a nuestra salud mental. El tema se entiende mejor si lo enmarcamos en el fenómeno conocido de la neuroplasticidad de nuestros cerebros, la tendencia al cambio según los estímulos a los que nos expongamos. Así, cobran todo el sentido cosas como el descanso, la desconexión, los paseos por la naturaleza para contrarrestar realidades demasiado duras. Dedicar tiempo a cosas positivas, como por ejemplo la meditación, puede habituar a nuestros cerebros a la concentración o la calma mental, mientras que pasar mucho tiempo entre las duras realidades del mundo actual, sitúa a nuestras mentes en un lugar de estrés permanente acumulado al que ya la vida diaria supone.

Dicho de otro modo, la psicología ha demostrado que ingerir muchas noticias negativas puede causar ansiedad y depresión, al menos durante un cierto período de tiempo, o exacerbar los síntomas para personas especialmente vulnerables, que viven ya realidades demasiado duras o que ya han sufrido episodios estresantes graves (en casos de Trastorno por Estrés Postraumático). Y esto no sólo nos afecta a nivel individual: el estrés colectivo que puede generar una mirada actual a Twitter-X, el estrés que vivimos durante los últimos años ante las numerosas noticias negativas del mundo, puede derivar fácilmente en una mayor susceptibilidad en las interacciones sociales, en esa violencia a nivel colectivo que creo que cualquiera de nosotros ha podido comprobar y que se manifiesta en discursos de odio en las redes o episodios de una violencia exagerada en las calles.

«Se olvida que la de Internet no deja de ser una tecnología neutra, que es la apropiación que realizamos de ella la que puede beneficiar o perjudicar a nivel individual o colectivo, que también hay cosas positivas (colaborar, jugar, evadirnos en historias agradables) que se pueden hacer con ella»

Propongo como solución, sí, la desconexión como hábito. Poner límites a nuestra exposición y la de nuestros jóvenes a las redes sociales y resto de lugares donde las noticias catastróficas abundan, puede tener cada vez más sentido.

En las aulas podemos, creo, como hemos dicho en otros artículos, educar en el optimismo como actitud constante, además de programar experiencias satisfactorias en lo local, en esa naturaleza que siempre defendemos y que tanto necesitamos ahora, como refugio y terapia.

En definitiva, no se trata, creo, de móviles sí o no en la escuela, sino de alertar a los propios jóvenes acerca de los fenómenos negativos asociados a los mismos para formar estrategias de control y autocontrol de la experiencia cada vez que nos asomamos a la ventana al mundo que es hoy Internet. De nuevo, el debate olvida que la de Internet no deja de ser una tecnología neutra, que es la apropiación que realizamos de ella la que puede beneficiar o perjudicar a nivel individual o colectivo, que también hay cosas positivas (colaborar, jugar, evadirnos en historias agradables) que se pueden hacer con ella, que también es posible, si aprendemos a crearlo, un «happyscrolling» que nos sirva como descanso para recargar las fuerzas que necesitamos para cambiar las cosas a mejor en este mundo.

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