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Universidad y Europa
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Universidad y Europa

Michavila, Francisco

Cuadernos de Pedagogía, Nº 546, Sección Opinión, Octubre 2023, Cuadernos de Pedagogía

El autor, quien ha publicado recientemente el libro Pasión por la Educación (Ed. Tecnos), reflexiona sobre los avances de las universidades españolas tras la aprobación de la Ley de Reforma Universitaria en 1983, analiza el protagonismo futuro de los campus universitarios y sus progresos académicos en sintonía con proyectos de la sociedad europea para la mejora de la vida de sus ciudadanos.

The author, who has recently published the book Pasión por la Educación (Ed. Tecnos), reflects on the advances of Spanish universities after the approval of the Ley de Reforma Universitaria in 1983, and analyzes the future role of university campuses and their academic progress in line with projects of the European society to improve the lives of their citizens.

Evaluación. Universidad española. Movilidad. Programas europeos. Internacionalización.
Assessment. Spanish university. Mobility. European programs. Internationalization.

Francisco Michavila

Catedrático de Matemáticas Aplicadas

Profesor Emérito de la Universidad Politécnica de Madrid

El pasado día 1 de julio España asumió por quinta vez la Presidencia del Consejo de la Unión Europea. ¡Qué emoción sentimos en cada una de esas ocasiones muchos de los que en 1986 habíamos visto culminado un sueño existencial con el ingreso de nuestro país en la Unión, entonces aún denominada Comunidad Europea!

Esos buenos tiempos también lo fueron para las universidades españolas, arrastradas por los vientos transformadores que soplaban en otros lares del Viejo Continente. Un períodopleno de buenas expectativas académicas. Incluso, podría relacionarse cada presidencia española del Consejo europeo con un avance significativo de la Universidad en España. La primera ocasión de máxima responsabilidad en la Unión, en el primer semestre de 1989, se podría relacionar con la extensión generalizada del Programa Erasmus que acababa de nacer hacía dos años escasos, y con la figura de Jacques Delors al frente de la Comisión Europea; la segunda vez que España asumió tan alta responsabilidad, de julio a diciembre de 1995, coincidió con la implantación del Primer Plan de Evaluación de la Calidad de las Universidades Españolas —del que me cupo la responsabilidad de impulsarlo y desarrollarlo como secretario general del Consejo de Universidades—. Posteriormente, en el semestre primero de 2010, la cuarta oportunidad de España al frente de la Unión coincidió con la culminación formal del Espacio Europeo de Educación Superior, mediante la armonización de las ofertas de estudios de los diferentes países, y la comparabilidad trasnacional gracias a un diseño común para la organización de los estudios universitarios en todo el Espacio Europeo.

En un sentido global, se puede afirmar que durante cuatro decenios las universidades españolas se incorporaron a un proceso de europeización compartido con las instituciones de educación superior de los países del entorno europeo. Un proceso centrado en dos aspectos principales: movilidad de los estudiantes entre las universidades de Europa mediante estancias de un año o, al menos, de un semestre de sus estudios, en el marco del programa Erasmus o, en su versión más reciente, Erasmus + y, desde 1984, desarrollo de los Programas-Marco de investigación científica y desarrollo tecnológico, mediante convocatorias de la Comisión Europea para la realización de proyectos conjuntos de universidades y centros de investigación. Para el período 2014-2020, al Séptimo Programa le sucedió el Programa Horizonte 2020 de investigación e innovación de la Unión Europea, al que luego ha seguido el Horizon Europe 2021-27: Framework Programme for Research and Innovation. La implantación del Horizonte 2020 supuso un salto cualitativo por los recursos asignados, 75.000 millones de euros, y por su orientación preferente hacia temas de ciencia básica e innovación industrial: cambio climático, transporte sostenible, seguridad alimentaria, energías renovables y envejecimiento de la población.

La condición de que las candidaturas para optar a su aceptación fueran propuestas por grupos de universidades pertenecientes, al menos, a tres Estados distintos, y generalmente de varias disciplinas complementarias, reforzó la constitución de auténticas alianzas internacionales de los campus en actividades de investigación científica, aunque de duración temporal. El balance de la participación de las universidades españolas en los programas europeos de investigación ha sido notable. En el Horizonte 2020 España se situó como cuarto país en la UE-28, tras Alemania, Reino Unido y Francia, en cuanto a los recursos obtenidos en las convocatorias competitivas para el desarrollo de actividades de investigación e innovación y una tasa de retorno del 10,4%; superando así su sexta posición en el VII Programa-Marco y su tasa equivalente del 8,35%.

Sin embargo, pasados los años, diversos hechos ocurridos en los tiempos más recientes han ido diluyendo las expectativas del europeísmo y amenazan con oscurecer el avance de la integración política a la que debe conducir la construcción europea, aún muy lejos de la meta deseada. Un impacto negativo que se deja sentir también en el avance en común de las universidades en Europa.

Valgan, a modo de muestra, las dos circunstancias —una interna y otra externa— siguientes. En primer lugar, la guerra en que ha derivado la agresión rusa a Ucrania, una invasión a sangre y fuego de un país situado a las puertas de la Unión Europea. Quizás sea esta amenaza exterior el mayor peligro actual de la Unión Europea. El segundo riesgo para su futuro se halla en el interior: el populismo y los nacionalismos excluyentes que amenazan por corroer, o incluso destruir —mediante la inoculación por partidos de extrema derecha de sentimientos de confrontación, racismo y odio a la emigración en un número creciente de sus habitantes— la convivencia de sus ciudadanos basada en la vida democrática y los denominados valores europeos, tal como se establecieron en el Tratado de Niza.

«Durante cuatro decenios las universidades españolas se incorporaron a un proceso de europeización compartido con las instituciones de educación superior de los países del entorno europeo»

En tal contexto, ¿sigue siendo el papel de las universidades europeas, y también las españolas, tan importante en la Europa de hoy como era considerado en los últimos años del pasado siglo? En 2008 publiqué, en la Editorial Tecnos, un libro que titulé La Universidad, corazón de Europa. Aunque pudiese resultar algo rimbombante semejante título, transcurridos quince años, modificadas las condiciones en que deben llevar a cabo su tarea las universidades, sometida la sociedad europea a un cierto proceso de desorientación y acumuladas no pocas dificultades en el horizonte cotidiano, bien merece la pena reproducir aquí una frase que escribió José Luis Rodríguez Zapatero en el prólogo de dicha obra: « La misión más alta de la Universidad, la más noble, es la que tiene que ver con la transmisión de los valores y con la formación de ciudadanos solidarios y comprometidos».

Si esto se decía y se escribía quince años atrás, procede repensar la posición de la Universidad en las sociedades europea y española en la actualidad, y si siguen vigentes las razones que animaban entonces a darle el papel de órgano motor del cuerpo social. Esto es: si aún son válidos los motivos para situar a la Universidad, con la investigación y la educación como sus dos pilares indisociables y en perfecta armonía, en el centro del escenario social. O si, por el contrario, se puede separar la creación del conocimiento de su transmisión, y reservar esta última en gran medida para un nuevo tipo de organizaciones en las que priman los intereses formativos empresariales, de aplicación inmediata, para beneficio de intereses ajenos a la Universidad según la concebía Alexander von Humbodlt, hace más de doscientos años, fundada en el carácter simbiótico de la investigación y la docencia. O sea, la buena Universidad que debe servir a la Humanidad.

«El balance de la participación de las universidades españolas en los programas europeos de investigación ha sido notable»

Como no faltan los argumentos para responder afirmativamente a semejante planteamiento, la verdadera cuestión es de qué manera debe evolucionar la Universidad en los próximos años en Europa, y en España, para asumir semejante protagonismo. No son pocas las razones para creer en una Universidad implicada en la construcción de una Sociedad europea que se asiente en el conocimiento. Más aún con los grandes proyectos enunciados recientemente para la transformación de Europa, mediante iniciativas como el Sustainable Europe Investment Plan para alcanzar la neutralidad climática, la eliminación en 2050 de los gases efecto invernadero, la reducción de la contaminación, la descarbonización del sistema energético y su reemplazo por energías limpias y renovables…. Grandes proyectos de extraordinaria complejidad que deben convertir a la Universidad en agente destacado del futuro de Europa, si a ellos se suma la inmensa tarea educativa que precisa el desarrollo pleno de los valores en que se funda la convivencia europea, como sociedad democrática constituida por ciudadanos con notable formación.

¿Cuál podría ser ahora la prioridad universitaria, tras la extensión de las colaboraciones entre los investigadores en proyectos conjuntos trasnacionales y multidisciplinarios por medio de los Programas europeos? La internacionalización es un componente fundamental del futuro universitario. En particular, lo es también para la Universidad española.

En septiembre de 2017, el entonces recién elegido presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, propuso en un discurso que pronunció en el Amphithéâtre Richelieu de La Sorbona, que tituló Initiative pour l’Europe, la creación «una veintena de universidades europeas», formadas cada una de ellas por redes de universidades de varios países de Europa. Una experiencia piloto de «lugares de innovación pedagógica y de investigación de excelencia», decía en su anuncio. El éxito ha acompañado a la iniciativa, pues en dos convocatorias, de junio de 2019 y julio de 2020, se han constituido 41 universidades europeas, de las que forman parte 279 universidades. De nuevo destaca la participación española, pues 11 intervienen en las creadas a raíz de la primera convocatoria y 13 de la segunda, que se añade a que 5 de ellas son coordinadoras de su correspondiente alianza. En suma, un modelo de buena práctica de alianzas para la europeización de los campus españoles.

Si en anteriores líneas calificaba de fundamental para el futuro de las universidades españolas su internacionalización, cabe interrogarse sobre qué otras piezas deben componer su porvenir. ¿La solución a sus deficiencias hay que buscarla en el perfeccionamiento de su marco legislativo? Un artículo que publiqué meses atrás en el diario El País lo titulé así: «Las leyes pasan, pero los verdaderos problemas universitarios se perpetúan», toda una declaración de principios al respecto. No es cuestión de un ejercicio permanente de modificaciones legislativas, con los consiguientes procesos posteriores de adaptación de la vida académica en los campus a las normativas que generen cada nuevo marco legal. Siguiendo los criterios sobre los aspectos de la autonomía universitaria desarrollados por la European Universities Association en 2011, en su informe University Autonomy in Europe II, elaborado por Estermann, Nokkala y Steinel, en el artículo Excellence of Universities versus Autonomy, Funding and Accountability, mostré en colaboración con Jorge M. Martínez que el factor que más correlaciona con la excelencia de las universidades es la autonomía de su personal académico y su gestión por parte de la institución, más del doble que la autonomía organizativa, la académica y la financiera.

La búsqueda de la excelencia por parte de los mejores sistemas universitarios en Europa se centra en que la gobernanza de las instituciones esté menos sometida a normas rígidas, en el estímulo de las alianzas internacionales para actividades investigadoras de elevada calidad y estudios avanzados, y en poseer alto margen de maniobra por parte de las mejores instituciones universitarias para captar buenos docentes e investigadores. A todo ello se opone una legislación universitaria rígida y uniforme para todas sus instituciones, con independencia de los resultados académicos que obtengan. No parece adecuado que solo se contemple un único modelo de funcionamiento. En sintonía con la evolución seguida por las universidades españolas durante los últimos cuatro decenios, caracterizada por la diferenciación notable y creciente entre universidades, en el modo de establecer sus prioridades docentes y científicas, cabe aceptar que haya instituciones busquen más la excelencia en sus tareas educativas y otras lo hagan en su producción investigadora, sin que ninguna de ellas abandone una de sus misiones en favor de la otra.

«No son pocas las razones para creer en una Universidad implicada en la construcción de una Sociedad europea que se asiente en el conocimiento»

Una cierta fórmula binaria, donde el lugar de cada universidad es decidida por ella misma, en un pleno ejercicio de su autonomía institucional. Un panorama universitario diverso, con una gradación entre las que otorguen prevalencia a sus resultados académicos orientados a la investigación competitiva internacional, participantes en los grandes proyectos que se anuncian, y las que elijan una opción más continuista con su tarea de formación de capital humano, innovador y creativo, aquellas que hacen progresar su entorno social, cultural y económico. El posicionamiento de cada universidad debe depender de su propia decisión, pero los medios que disponga vendrían marcados por la valoración, mediante un riguroso sistema de rendición de cuentas, de los logros alcanzados.

«El posicionamiento de cada universidad debe depender de su propia decisión, pero los medios que disponga vendrían marcados por la valoración, mediante un riguroso sistema de rendición de cuentas, de los logros alcanzados»

Últimamente, proliferan anuncios en los diversos medios de comunicación de nuevos centros universitarios privados, cuya creación se multiplica a gran velocidad como si bastase con una inversión económica suficiente para dar vida a un centro universitario. Esas publicidades se combinan con estadísticas que informan sobre el crecimiento del porcentaje del alumnado que opta por estas entidades privadas de nuevo cuño, en lugar de hacerlo por las universidades públicas, pues las consideran mejores plataformas formativas para acceder al posterior mercado laboral. Tales centros orillan las actividades investigadoras con el fin de centrarse en una «formación eficaz para que sus alumnos consigan al terminar sus estudios un buen empleo». Pero, es precisamente la creación de conocimientos lo que distingue una buena universidad. Sin investigación un centro de estudios superiores no es propiamente una universidad, acaso pueda calificarse de academia ilustrada, más práctica, más interesada en el corto plazo. Pero los valores que deben distinguir a la educación universitaria no pueden medirse con una simplista escala utilitarista. Basta con repasar los modos de acometer las tareas educativas de las mejores universidades europeas y norteamericanas para ratificarse en la idea de que educar es mucho más que instruir. La educación crítica y la creatividad trascienden a la enseñanza adaptada al mercado laboral del momento, y no tiene fecha de caducidad.

En la campaña electoral de 1992 que culminó con la elección de Bill Clinton como presidente de los Estados Unidos, una frase a modo de eslogan se hizo muy popular: It’s the economy, stupid! Su creador fue James Carville, conductor de aquella campaña. Posteriormente, se popularizó su uso en situaciones semejantes cuando se ha pretendido destacar una razón por encima de cualquier otra. Quizás, a propósito del principio más destacado de las universidades españolas para su futuro, bien podría parafrasearse la idea del norteamericano: It’s Europe, stupid!

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